miércoles, 8 de mayo de 2013

El surgimiento y la expansión del populismo como respuesta al orden oligárquico de principios del siglo XX.


El populismo en América latina durante la primera mitad del siglo XX.
La irrupción del populismo en diferentes regiones y lugares, en épocas similares o diacrónicas muestran la característica, en cierto modo, adaptativa y ecléctica, de responder a determinadas condiciones comunes de atraso y desigualdad social y económica que traspasan las barreras del tiempo y el espacio. Por ello, el populismo tenía bastantes motivos para resurgir –con variantes, obviamente- en los países del llamado "Tercer Mundo". Y América Latina dio el primer paso. No vamos a describir aquí las características particulares de los populismos en cada uno de los países latinoamericanos. Para ello, remitimos al cuadro comparativo que presentamos en el inciso 3. Trataremos de sintetizar las principales características del populismo histórico latinoamericano, siguiendo a G. Germani, T. Di Tella y O. Ianni (1984 y 1973), principales analistas y teóricos del populismo histórico latinoamericano desde la óptica de lucha de clases, que a nuestro juicio, es bastante fundada, pese a algunas interpretaciones controversiales producto de su óptica marxista (como por ej. Creer que el populismo es una etapa "previa" y "superada" de la lucha revolucionaria)
Origen
a-Según estos autores, el populismo de la primera mitad del siglo XX en nuestros países es una "etapa", determinada por "la conformación definitiva de la sociedad de clases", dentro de un contexto de industrialización y acelerada urbanización. Este período superó la época del "Estado Oligárquico", Oligárquico dominada por relaciones estamentales o de casta creadas por el colonialismo mercantilista ligado al régimen esclavista.
b-El origen del populismo está ligado a la crisis del Estado Oligárquico. El populismo sucede a una serie de movimientos antioligárquicos de clase media (irigoyismo, tenientismo, por ej.), que estaban revestidos de un espíritu liberal y que buscaban el establecimiento de un estado de tipo Liberal (económica y políticamente hablando), difundiendo una serie de ideas sobre el progreso económico, la reforma institucional, la democratización, la libertad, etcétera. Sin embargo es la nueva estructura de clases, creada por la creciente urbanización, la inmigración campo-ciudad, el desarrollo industrial, el crecimiento del sector de servicios, la que pone en jaque al sistema oligárguico. En esta crisis juegan un papel importante además, tres acontecimientos externos (I Guerra Mundial, Depresión Económica de los 30, y II Guerra Mundial) que funcionaron como rupturas estructurales en las naciones de economía dependiente, como eran las nuestras.
c-Las mencionadas crisis mundiales provocaron convulsiones políticas internas en los países dependientes del capitalismo, como lo eran los latinoamericanos, o propiciaron eclosión de fuerzas políticas, sociales y económicas que se encontraban controladas durante la vigencia de los gobiernos oligárquicos. De esta forma, el populismo histórico latinoamericano correspondió a una fase de las transformaciones del Estado capitalista, en que la burguesía agroexportadora y la burguesía minera y comercial pierden el monopolio del poder político en provecho de las clases sociales urbanas (burguesía industrial, clase media, proletariado industrial, militares, intelectuales).
Configuración del populismo
*El populismo en América Latina fue una alianza entre clases sociales antagónicas, en proceso de formación (burguesía, por un lado, y proletariado, campesinos y clases medias, por el otro), guiadas por el propósito de confrontar y derribar el Estado Oligárquico, heredero del colonialismo, que desde el siglo XIX predominaba en todos los países del subcontinente. A nivel externo se luchó contra un enemigo llamado imperialismo norteamericano.
*El período del ascenso y auge del populismo es llamada por Octavio Lanni, "época de la política de masas", en la cual la burguesía industrial asume el liderazgo ostentoso de las luchas reivindicativas y reformistas de la clase obrera y otros grupos populares. En estos años fueron creadas nuevas organizaciones técnicas y estilos de liderazgo político, surgiendo una ideología peculiar, llamada el "principio de paz social" o "armonía entre las clases", el cual adquirió primacía sobre las ideas y prácticas políticas inspiradas en los antagonismos de clase. La unión táctica de grupos de intelectuales, clases populares, y sectores de la burguesía y de las fuerzas armadas se consolidó con el fin de acelerar las rupturas estructurales que habían debilitado a la oligarquía y al imperialismo. Obviamente, se jugaban intereses diversos, pero todos coincidían en que el desarrollismo nacionalista era una estrategia posible, primordial y urgente.
*Dentro de esta "pacto" es necesario diferenciar dos tipos de populismo: Uno, el de las altas esferas (gobernantes, políticos, burgueses, profesionales, políticos, demagogos), que utilizan tácticamente a las masas trabajadoras y a los sectores más pobres de la clase media. Dos, el populismo de las masas (trabajadores, migrantes rurales, baja clase media, estudiantes radicales, intelectuales de izquierda). En situaciones normales, perecía existir una armonía total entre estos dos populismos. Sin embargo, en los momentos críticos, cuando las contradicciones políticas y económicas se agudizaban, el populismo de las masas tendía a asumir formas revolucionarias. En estas situaciones ocurre la metamorfosis de los movimientos de masas en lucha de clases. Por su parte, el populismo de las altas esferas abandonó a su suerte a las masas, sin antes impedir que den el paso decisivo en las luchas políticas.
* La burguesía industrial emergente, entonces, acabó por mantener su preponderancia sobre las otras fuerzas políticas combinadas en el pacto populista, asumiendo el liderazgo directo de las luchas reivindicativas y reformistas de las clases obreras y de amplios sectores de la clase media. A fin y cuentas, esa burguesía, aliada con militares, intelectuales, clase media, era la clase victoriosa en la lucha contra la oligarquía. La burgeuesía controló a las demás clases sociales integradas en el Pacto Cualquier intento de giro hacia la izquierda era rápidamente evitado con cierta dosis de autoritarismo o violencia reaccionaria. Cuando la politización de las masas amenazó con descontrolar el movimiento, el golpe de Estado resolvía el problema.
* Y es que en la nueva configuración del sistema de clases propiciada por los procesos de urbanización e industrialización, entre otros, no existían las condiciones sociales necesarias para el fortalecimiento de posiciones radicales (como eran las socialistas). Muchas de las propuestas expresadas por estos grupos, estaban tomadas directamente de Europa sin ninguna reelaboración contextual, y por lo tanto, no tenían mayor apoyo popular. Además, según el autor, las condiciones en las cuales se encontraba la clase obrera en las crecientes ciudades, la conciencia de movilidad social superaba a la conciencia de clase. Los trabajadores recién llegados a las ciudades estaban en un proceso de resocialización. Si bien una parte de ellos fue sindicalizada y politizada, la mayoría permanece fuera de los cuadros políticos institucionales. En general, esa mayoría no tenía mayor conciencia política; su participación se limitaba a las elecciones, a los movimientos de masas, facilitando los liderazgos carismáticos y su manipulación por demagogos.
*Para la gran mayoría de los adeptos al populismo, lo que estaba en juego era el ascenso económico y social. En un plano secundario se colocaba la democratización de las organizaciones y las relaciones sociales. En la mayoría de los casos el objetivo era lograr una estrategia política de desarrollo económico nacional que exigía un cambio en el manejo de las estructuras de poder, el manejo de las relaciones entre el Estado y la sociedad.
*El populismo latinoamericano aparece como un fenómeno urbano; su base social y económica está en las ciudades más desarrolladas y en las que los sectores secundario y terciario tienen mayor dinamismo.
*En algunos países con fuerte presencia indígena y con tradición comunitaria en las bases (Perú, México) el populismo sufrió una variante respecto al modelo urbano y capitalista al revestirse de en elemento tradicionalista y anticapitalista, idealizando la aldea comunal indígena y sus valores.
El populismo en el poder
*Por lo que respecta a sus fines económicos más generales, los movimientos y gobiernos populistas fueron abiertamente favorables a la industrialización y a la hegemonía de la industria sobre la agricultura y la minería. A la industrialización se la tomaba como equivalente del desarrollo económico en general, e indicador de bienestar social para el proletariado, mientras que los sectores agropecuario y minero eran considerados causas fundamentales de atraso económico y social. ¿Por que?. Los populismos consideraban que la exportación de materias primas y dependencia económica eran sinónimos para un país que no poseía industria. En este sentido aparecía ligado el nacionalismo, respondiendo a un propósito económico. En la medida en que desarrollaba una reorientación del subsistema económico nacional y cierta ruptura con el imperialismo, el populismo tenía algún compromiso con la idea de un capitalismo nacional y de una burguesía nacional. Para ello era indispensable un Estado fuerte que controlara las relaciones económicas capitalistas, que garantizara la nacionalización de la economía.
* El populismo, en los países donde llegó al poder, adquirió formas autoritarias y algunas de ellas, dictatoriales. El peronismo, cardelismo, getulismo, velasquismo, marinismo, etc. Tenían en común un marcado acento autoritario- paternalista. Estaba en juego una estrategia política de desarrollismo nacional, junto a un remodelamiento de estructuras de poder. Por lo tanto, las masas debían permanecer bajo el control estratégico de la burguesía, el cual sería el encargado de idear y conducir el proceso. El gobierno populista aceptó apenas la coraza política que las masas le podían propiciar (votos, comicios, huelgas, etc.), pero bajo ningún concepto aceptó la defensa armada por parte de trabajadores y estudiantes. Cualquier defensa armada sostenida en las masas colocaba al poder burgués automáticamente, en el camino de su liquidación.
* El populismo en el poder hizo una combinación sui generis de sistemas de movilización y control de las masas asalariadas urbanas con el aparato estatal. En una democracia representativa, tiende a haber una separación clara entre el Estado, el partido del gobierno y las bases populares. En el populismo ocurre una combinación singular entre el Estado, el partido gubernamental y el sistema sindical. Por esta combinación, algunos ven semejanzas con el Estado Socialista y el Estado Fascista. Sin embargo existen diferencias fundamentales: en el estado Fascista, la combinación se realiza de acuerdo con las exigencias de la dictadura de la burguesía y del capitalismo monoplista; en el Estado Socialista, esta vinculación se realiza según las exigencias de la dictadura del proletariado y de la socialización de los medios de producción. En el Populismo, el sistema de poder Estado - Partido - Sindicato se apoya en la alianza de clases, bajo la égida directa o mediatizada de la burguesía. El Estado populista es propuesto e impuesto a la sociedad como si fuera el mejor y único intérprete del "pueblo" (proletariado, campesinos, estudiantes, clase media), sin la mediación de los partidos. El pueblo ve al Estado a su guardián, intérprete, portavoz y realizador.
*Una característica importante es la relación establecida con los asuntos económicos internos y externos. Dado el contexto de crisis del capitalismo internacional y de caída de la economía primaria exportadora en el que los populismos nacieron, los gobiernos populistas actuaron con medidas financieras correctivas y alternativas, destacándose el impulso a la industrialización sustitutiva de importaciones, y el intervencionismo económico. Bajo el gobierno populista el aparato estatal adquirió nuevas dimensiones como fuerza productiva, como agente económico. El Estado populista afectó sin duda la organización política de las formas de producción en una época en que crecieron las fuerzas productivas y el mercado interno.
*El populismo, latinoamericano puede considerarse como arrevolucionario, en tiempos normales. Es escencialmente reformista, apoyando la doctrina de la "paz social" entre las clases sociales. En tiempos de crisis, sin embargo, el populismo revela su contenido antirrevolucionario. En épocas de crisis, las organizaciones, técnicas, liderazgos e ideologías populistas se revelan incapaces de transformarse en el sentido de la revolución. En la mayor parte de los casos, los cuadros burgueses y de la clase media se alían con los otros grupos de las clases dominantes, abandonando a su suerte a las masas. Las contradicciones estructurales internas y externas se agudizaron, llevando al colapso al populismo como modelo político de desarrollo y emancipación. De esta forma, La paradoja del populismo latinoamericano está en que estaba fundado en un pacto de clases sociales. Por lo tanto, cuando se rompió esta alianza, la ruptura se debió principalmente a las contradicciones desarrolladas entre las clases que componen el propio populismo. Generalmente hubo un resentimiento entre los miembros de la alianza y una mayor precisión en los perfiles de cada clase social.

domingo, 5 de mayo de 2013

La Política Oligárquica dirigente y sus mecanismos de dominación en los ámbitos político, económico y cultural.



EL PROCESO DE CONSOLIDACIÓN DEL "ESTADO OLIGÁRQUICO" EN IBEROAMÉRICA        

    GABRIELA OSSENBACH SAUTER
        

     Configuración histórica del Estado oligárquico y su conceptualización 
                                        
A partir de 1850 aproximadamente empieza a percibirse en Hispanoamérica una paulatina reabsorción de las contradicciones desencadenadas a partir de la Independencia. Es, "la fase inicial de la hegemonía oligárquica, es decir, de una clase cuyos orígenes son coloniales, que basa su poder en el control de los factores productivos y que utiliza directamente el poder político para aumentar su dominación sobre las restantes capas sociales". Ya hacia 1880 estos grupos dominantes han consolidado su posición apoyados por los beneficios del comercio exterior y por la fuerza que han adquirido las inversiones extranjeras, inglesas sobre todo.                                                                                                               Después de la Independencia en la mayoría de los países iberoamericanos el nuevo poder político nació casi exclusivamente del poder militar. La primera mitad del siglo XIX fue un período de gran inestabilidad y de desintegración social, geográfica y política. La lucha por la estabilidad fue por todas partes una lucha entre intereses locales, muchos de ellos viejos intereses coloniales que lograron imponerse a través del mismo movimiento de Independencia. Para la consolidación de los Estados nacionales la mayoría de los países latinoamericanos debió esperar a que en su seno se desarrollaran y fortalecieran grupos de intereses lo suficientemente amplios, complejos y emprendedores como para que se convirtieran en factores de unificación nacional e impusieran esos intereses a los demás grupos sociales; en otros términos, era indispensable que en cada ámbito nacional el desarrollo económico procurara las condiciones para la formación de los sistemas nacionales de clases, por lo menos lo bastante como para dar sustento real a un verdadero sistema político nacional. Este proceso se llevó a cabo mediante luchas que fueron delineando los mercados nacionales, así como los límites territoriales donde se afirmó la legitimidad del nuevo orden político. En este sentido, la organización de una administración y de un ejército nacional, no local o caudillesco, fue decisiva para estructurar el aparato estatal y permitir la transformación de un poder de facto en una dominación de jure. El fundamento económico de tal proceso, ya que el componente idealista y nacionalista de la Independencia, insuficiente para la estabilidad, y constituido por las oportunidades del mercado internacional, que dio pie a alianzas de intereses en torno a la producción y circulación de mercancías para la exportación. Estas oportunidades, no coincidieron en todos los países, debido a que el interés por los diversos recursos naturales americanos no fue simultáneo en los países importadores europeos. América Latina permaneció anclada en la exportación de sus productos agrarios y mineros y en la importación de productos industriales europeos, con balanza comercial favorable, pero con unas constantes necesidades de capital para mejorar la explotación, transporte y comercialización  de sus productos (bancos, ferrocarriles, puertos, innovaciones técnicas, etc.). Todas estas innovaciones no se introdujeron por medio de una autofinanciación de los grupos económicos nacionales, sino prioritariamente por la inversión directa de capitales extranjeros o mediante empréstitos contratados por el Estado.                                                                                                                                                                Los capitales nacionales se dirigieron más a la adquisición de tierra y propiedades urbanas, mientras que la importación de objetos de consumo europeos no favoreció la creación de industrias autóctonas. Por el contrario, las élites nacionales adoptaron hábitos de consumo y formas de vida urbana europeas, que pudieron ser financiadas por la bonanza de las exportaciones. La coyuntura económica es favorable para los grupos hegemónicos vinculados a la exportación durante el último cuarto del pasado siglo.                                                                                                                                      Hacia mediados del siglo XIX el Estado nacional fue considerado por los sectores dominantes como la única institución capaz de movilizar recursos y crear condiciones para superar el desorden y el retraso imperantes. Esta prioridad atribuida a la creación del Estado obligaba, por una parte, a la mencionada constitución de ejércitos nacionales frente a la influencia de los caudillos locales, así como a la consolidación de los límites territoriales y, por otra parte, a la exclusión de las masas populares de las decisiones políticas. El instrumento jurídico encargado de dar una configuración a esta organización que se perseguía fue la Constitución. La lucha de intereses y la indefinición en la formación de los grupos hegemónicos produjo una verdadera avalancha de Constituciones que debían conseguir el ansiado equilibrio. Además, se llevó a cabo un gran esfuerzo de codificación en todos los países latinoamericanos, que se tradujo en nuevos códigos civiles, penales, comerciales, mineros, etcétera, que representan una innovación substancial, ya que tras la independencia había continuado estando en vigor el sistema jurídico de las potencia colonizadoras.                                                                             
  El modelo de Estado que se organiza en América Latina, por los fenómenos que hemos señalado y a diferencia del Estado liberal-nacional europeo, se define como "Estado oligárquico", es decir, como una forma de organización en la cual la sociedad política en este período no transcurrió por los cauces auténticos de la democracia y se caracterizó más bien por una muy limitada representatividad política y una reducida base social de apoyo. El Estado oligárquico fue posible gracias a la interdependencia entre los propietarios de la tierra y la acción de la burguesía urbana, que mantenía contactos con el mundo exterior y buscó las posibilidades para la expansión del comercio internacional. El grupo urbano se fue consolidando y fue creando, mediante la integración con los grupos rurales, las condiciones para la estructuración de un efectivo sistema de poder. Las fuentes de este poder económico de la oligarquía, se basaron en la producción y exportación de productos primarios. Se trataba de fuentes rurales de poder, pero, el campesinado fue el elemento social que se mantuvo al margen de la idea nacional y  la ciudad la que se erigió en centro y base del Estado nacional. Este tipo de Estado pudo fortalecerse porque consiguió un poder de arbitraje frente a las distintas facciones de la oligarquía, mediante un régimen marcadamente presidencialista. La competencia política tenía más bien la característica de reflejar la lucha fraccional de los diversos grupos oligárquicos. Al acuerdo entre estos grupos contribuiría la neutralización de los conflictos que habían surgido entre la Iglesia y el Estado en las primeras décadas del período independiente. No obstante, este Estado se erigía sobre hondos desajustes en la estructura interna de los países latinoamericanos, por el escaso desarrollo de los mercados nacionales y por la pervivencia y extensión del latifundio como base de la producción. La ausencia de un proceso de formación de mercados nacionales contribuyó a que el latifundio ocupara el centro de la vida económica, y facilitó, por consiguiente, la concentración de los beneficios originados por la expansión productiva en las manos de las clases propietarias de las grandes unidades productivas. El Estado oligárquico era más fácilmente compatible con el modelo económico dependiente que un modelo de mercados nacionales y desarrollo interno, que hubiese exigido una democratización más profunda.                                                                                                        Después del largo período de inestabilidad que siguió a la Independencia, a finales del siglo el Estado oligárquico, que así se consolidaba centró su atención y sus recursos en el objetivo de "orden", siendo el objetivo del "progreso" su natural corolario. Por ello, y a pesar de la reducida base social de participación y apoyo político, los grupos oligárquicos emprendieron medidas sociales modernizadoras, entre las que se cuenta el desarrollo y fomento de los sistemas de instrucción pública nacionales.

El estado argentino a partir de la construcción del concepto de Nacionalidad y sus instituciones.


Cuestión nacional y nacionalismo 
Hacia fines del siglo XIX los intelectuales comenzaron a ocupar un lugar protagónico en la creación de identidades colectivas.
Para esta parte del mundo, entre el repertorio identitario se encuentran por un lado las intenciones latinoamericanizantes encarnadas por la vertiente que Oscar Terán denominó “el primer antiimperialismo latinoamericano”,  y por otro  -y de manera preponderante-  las intervenciones de corte nacionalizante. La bibliografía sobre el tema coincide en señalar que en esta época comenzó a definirse nítidamente la figura del “intelectual público”, el cual actuaba como formador de opinión y organizador de saberes y discursos de corte identitario.
Dado que la formación de la nación argentina fue una de las preocupaciones centrales de los intelectuales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la cuestión de la identidad  nacional, el nacionalismo y sus manifestaciones son tópicos abordados por una variedad de estudios históricos.                                                                                                                                               Lejos de las obras del primer revisionismo, de las ligadas a la militancia de los cincuentas y los sesentas y de las diversas vertientes del nacionalismo que éstas encarnaron, varios trabajos publicados desde fines de la década de 1960 centraron su interés en el nacionalismo y los nacionalistas de las décadas de 1920 y 1930. Este es el caso de los aportes escritos por Marysa Navarro Gerassi y Enrique Zuleta Álvarez.                                                                                                           Mientras que el último se vio especialmente interesado en pensar el nacionalismo como una empresa política, una corriente doctrinaria e ideológica, Navarro explicitó su interés en estudiar lo que denomina “nacionalismo de derecha”, entendido como un conglomerado heterogéneo de ideas que se habría dibujado a partir de 1920. 
Posteriormente, Eduardo Cárdenas y Carlos Payá  estudiaron el período de formación inicial del nacionalismo -hacia 1910- y las figuras de Ricardo Rojas y Manuel Gálvez. Los autores postulan que el Centenario fue percibido como un momento de crisis de valores, entendida en términos de decadencia. En ese marco, los intelectuales mostraron su inconformismo con la realidad de su tiempo por medio de tópicos comunes -críticas al progreso material, la inmigración masiva, la corrupción política y la democracia- y presentaron propuestas para frenar la decadencia y la disgregación nacional. Frente a este diagnóstico, la apelación a lo hispánico y la puesta en valor de lo autóctono  -el elemento criollo, el interior, el gaucho-  aparecieron como elementos pasibles de ser procesados en relatos oficiales sobre la nación desde los cuales cimentar una identidad cohesionada y aglutinante.
A estos estudios se sumó el realizado por Fernando Devoto y María Inés Barbero, quienes trazan un panorama de largo plazo y reconocen diferentes corrientes de nacionalismo de elite: el nacionalismo clásico o republicano, el nacionalismo tradicionalista y el  nacionalismo filofascista. Estas manifestaciones se habrían gestado en torno a la década de 1920 y 1930, y habrían encontrado a sus precursores en un nacionalismo previo y de corte más cultural encarnado por Rojas, Gálvez y Lugones .
Cuando el interés se trasladó del nacionalismo y los nacionalistas hacia la “cuestión nacional” y la formación de identidades, los focos de atención historiográfica pasaron a retrotraerse a las décadas anteriores al Centenario. Los trabajos de Lilia Ana Bertoni  centran su atención hacia fines del siglo XIX y destacan la  simultaneidad de los procesos de consolidación estatal y de construcción de la nacionalidad, acompasados por circunstancias internacionales e internas como la presencia de la inmigración masiva y las tendencias nacionalistas e imperialistas en Europa.
 En consecuencia, Bertoni sostiene que el desafío que atravesaron los grupos en el poder se dirigió hacia diferentes frentes: “construir la nación supuso prioritariamente lograr, a través de un dificultoso proceso, los acuerdos políticos mínimos, la imposición  del orden, el armado institucional, jurídico y administrativo; también, dotarla de un punto de partida legítimo y de una historia”.
 Las preocupaciones nacionales -y hasta nacionalistas- que cobraron auge en las últimas décadas del siglo XIX se plasmaron en el sistema educativo, las festividades cívicas, las apelaciones al pasado, la construcción de la “memoria oficial de la nación” y la elaboración de una “legitimación de la identidad basada en la apelación al pasado patrio”. Encuadrado en el mismo período, el trabajo de Lucía Lionetti analiza los modos de aplicación de proyectos de corte modernizador en el ámbito educativo con el objetivo de crear “pequeños patriotas” y ciudadanos republicanos por medio de una serie de políticas destinadas a generar sentimientos de pertenencia a la nación pero también a modelar conductas públicas y privadas.
Otros son los acentos que se subrayan en los centrales trabajos de Fernando Devoto, quien denomina al pasaje del siglo XIX al XX como el momento de “el nacionalismo antes del nacionalismo”. En este sentido, da cuenta del relato fundador de Bartolomé Mitre y su originalidad para presentar una Argentina predestinada desde sus orígenes a la grandeza nacional. Devoto describe el “momento Mitre” como el de un nacionalismo  cultural, liberal y democrático.
  Posteriormente, la situación configurada en 1880 impuso la necesidad de pensar las formas en las cuales generar un identidad homogeneizante, en la que “la inmigración y la nación, la identidad, la nacionalidad” pasaron a formar parte de un horizonte de preocupaciones de las elites intelectuales y políticas. Este clima habría tenido en el Centenario su momento cumbre.
Además de los estudios específicos sobre la cuestión nacional, diversas evaluaciones se interrogan sobre el peso real que las ideas de sesgo positivista tuvieron en la formación de discursos nacionales en la Argentina. Mientras que en algunos estudios se afirma su total centralidad en los discursos formadores de identidades, en otros se sostiene que se situaron en un plano de igualdad frente a otras tendencias. En este sentido, algunos trabajos consideran que el ensayo positivista fue el impulsor decisivo de la identidad nacional, mientras que, matizando esta tesis, otras contribuciones afirman que la formación  de la nación tuvo su principal cantera en voces provenientes del campo académico y profesionalizado de los historiadores.    
                                                                                                                                         

ESTADO Y EDUCACIÓN EN AMÉRICA LATINA A PARTIR DE SU INDEPENDENCIA                          (SIGLOS XIX Y XX).                   
         GABRIELA OSSENBACH SAUTER .                                                                                                                     El modelo de Estado que surge en Iberoamérica tras el acceso a la independencia, asume pronto las competencias educativas, en detrimento de la Iglesia. Desde esta plataforma, la sociedad se seculariza, se afirma el concepto de nación y aparece una clase media que encuentra en la educación un factor de ascenso social. Al mismo tiempo, aunque indirectamente, también contribuye al progreso económico, a medida que se inician los procesos de industrialización y diversificación productiva. Sin embargo, según la autora, en el momento presente la educación pública sufre un progresivo deterioro como consecuencia de la crisis económica. Esta circunstancia genera problemas de integración política y social, retroceso de las clases medias y falta de cualificación de la fuerza de trabajo, que lastra las posibilidades de desarrollo económico.

 EL TRANSPLANTE DEL CONCEPTO EUROPEO DE "ESTADO LIBERAL" A IBEROAMÉRICA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX                                                                                                                                                                  A finales del siglo XVIII se produjo en Europa una ruptura del llamado "Antiguo Régimen", la cual otorgó a la sociedad su emancipación respecto del estado absolutista y fijó límites a la acción del Estado. Por otra parte, el Estado, empezó a garantizar la libertad religiosa e impuso a la Iglesia su definición como asociación social separada del Estado y en ningún caso investida de atribuciones generales para la sociedad. Con esta ruptura fue la burguesía (opuesta a los privilegios de la aristocracia y el clero) la clase social que accedió al poder. El nuevo Estado liberal se erigió sobre sociedades definidas como naciones. Este concepto de nación que empezó a utilizarse a partir de ahora alude a ciertos elementos comunes de la sociedad, tales como la comunidad territorial, de lengua y de cultura, pero no se definió su carácter clasista, sino que se concibió en principio como una unidad indivisible integrada por una suma de individualidades de carácter homogéneo e igualitario.                     A pesar de que el liberalismo europeo en boga a principios del siglo XIX procuró que el Estado se abstuviera de intervenir en los asuntos sociales, desde un principio las necesidades de construcción nacional propiciaron una serie de medidas estatales, entre ellas las medidas de política educativa, a las que se asignó un papel integrador. Igualmente se llevaron a cabo diversas políticas sectoriales destinadas a mejorar las condiciones de vida de la sociedad o para el fomento y defensa de ciertas actividades económicas, sobre todo en aquellos países de mayor retraso industrial.                                                                   El pensamiento socialista criticó muy pronto este concepto de Estado liberal, al que definió como instrumento de la clase dominante para ejercer un poder sobre las demás clases sociales. No obstante, la perspectiva socialdemócrata concedió al Estado cierta capacidad para conseguir constantes mejoras para las clases trabajadoras. Por su parte, el pensamiento neomarxista iniciado ya en el siglo XX a partir de Gramsci, concedió al Estado la posibilidad de representar intereses nacionales y cohesionar a distintos grupos sociales en torno a un proyecto político.                                                                                                               Desde todas estas perspectivas, la función que el Estado cumple en el campo de la educación tiene un significado muy importante. A la educación se le atribuyen funciones tales como las de integración de los distintos grupos sociales, culturales y étnicos, la creación de una identidad nacional y la legitimación del poder del Estado. Se trata, en definitiva, de conseguir el consenso, de manera que el Estado no se reduzca a ser un aparato de mando e incluso de represión, sino que, mediante una compleja red de funciones que llevan a efecto la dirección cultural e ideológica de la sociedad, consiga el consenso entre los diversos sectores de la sociedad. La educación adquiere en ese sentido una significación relevante, dado su carácter de órgano óptimo para la generación del consenso. Junto a ello, los procesos de secularización del Estado, que se discutieron ardientemente en relación a la escuela laica y los problemas de la libertad de enseñanza, forman también parte de esta lucha hacia el consenso. El Estado como representante de lo general rompe el monopolio ejercido por la Iglesia en materia educativa. La secularización de la política se presenta como requisito para una nación unitaria y un poder estatal indiscutido.                                                                            Además de estas funciones más estrictamente políticas, el Estado busca también a través de la educación facilitar la movilidad social y formar adecuadamente a los ciudadanos para realizar un trabajo dentro de la estructura productiva de la sociedad, ya sea en la industria, la agricultura, el comercio, las profesiones liberales o los propios cuadros burocráticos que sostienen al Estado. Estas funciones de tipo social y económico fueron adquiriendo mayor relevancia según avanzó el proceso de industrialización a lo largo del siglo XIX y conforme la sociedad se fue complejizando. En un principio, cuando se gestaron los sistemas educativos nacionales, el nuevo Estado constitucional tenía como fundamento la creencia en que todos los hombres, independientemente de su proveniencia, eran capaces de un mismo desarrollo de la razón y, por tanto, debían considerarse jurídicamente iguales en los políticos. La educación nacional fue así un componente necesario del nuevo orden político. Como hemos dicho, los grupos sociales aún no se definían en sentido estricto como clases, y por ello la escuela, con su proyecto social y moral universal, ocupó una posición eminentemente simbólica: se dedicó a jugar el papel de factor de unificación moral y de centro de irradiación de la conciliación nacional.Hacemos estas consideraciones sobre el origen del Estado nacional en Europa y sus atribuciones en el terreno de la educación, pues es necesario tenerlas presentes para comprender adecuadamente la especificidad de este mismo fenómeno en Iberoamérica. El nuevo concepto de Estado liberal o nacional se extendió, a causa de la generalizada influencia de los textos constitucionales europeos, en otros contextos como el iberoamericano. Estos conceptos fueron adoptados para la organización de los nuevos Estados que surgieron a partir de la Independencia, pero su adopción se hizo sobre unos contextos sensiblemente distintos a los que en Europa habían conducido a la configuración de la nueva organización social y política. Los nuevos Estados americanos iniciaban procesos muy acelerados de modernización, en los que el Estado adquirió un protagonismo muy destacado que parecía ser la única posibilidad de crear un orden nuevo. Si en Europa el liberalismo proclamó en muchos sectores la necesidad de que el Estado se abstuviera de intervenir en la sociedad, en Iberoamérica el factor político tuvo un peso más significativo que en otras regiones, porque aquí la consolidación del Estado constituía un prerrequisito esencial. La intervención del Estado no se limitó únicamente a medidas de fomento económico, sino que fue primordialmente una búsqueda de unidad nacional y homogeneidad del espacio económico acotado nacionalmente. Estas tareas políticas debía asumirlas de forma prioritaria el emergente Estado latinoamericano, a diferencia del Estado en los países más avanzados de Europa, en los cuales el Estado liberal se consolidó en el momento en que la burguesía se afianzó como fuerza social dominante y en sociedades que habían adquirido ya una mayor cohesión nacional y una articulación económica.                               
  La historia de Iberoamérica del siglo XIX, la explicación del desarrollo histórico en la dependencia económica de los países iberoamericanos respecto de los mercados de los países industrializados de Europa en calidad de abastecedores de materias primas. Estas relaciones económicas posibilitaron una favorable coyuntura económica que permitió el desarrollo y las posibilidades de emprender procesos de modernización, y de capitalismo como la repetición de sus formas políticas, es decir, la generalización de la forma nacional-estatal. La dinámica de las sociedades dependientes se encuentra en las relaciones de grupos y clases que luchan por el poder.                                                                                                                        
    S. Zermeño ha explicado cómo, el capitalismo tardío que se desenvuelve en América Latina,  sólo desde la esfera estatal parecía posible cohesionar los profundos desgarramientos del tejido social. Desde el inicio del período independiente se debió encarar el fenómeno de la coexistencia de varias sociedades en el interior de un país, y ante tal fragmentación y disgregación socioeconómica el Estado debía asegurar no sólo la unidad territorial-administrativa, sino procurar igualmente la dinámica económica, la representación política y el "cemento" ideológico que vincula y reune las fuerzas centrífugas.                                             
      Este protagonismo del Estado, sin embargo, no se puede deducir exclusiva y simplemente de la nueva coyuntura política independiente ni de la incorporación de América Latina al capitalismo internacional en el siglo XIX.